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domingo, 9 de febrero de 2020

Desamor


El tiempo que pasamos juntos no fluye con la ligereza de antaño. Crecen los silencios, ya no cómplices sino arduos; más fríos que íntimos. No se fusionan nuestras mentes ni nuestros cuerpos. Los reproches han sustituido a las bromas, a las canciones y bailes ridículos que tanta risa nos provocaban. Incluso las caricias se han vuelto tenues, como si nuestras manos supieran que cada contacto puede ser el último, y que más vale ir haciendo hueco a la soledad. 

Dices que me quieres, pero hay un pero en tu voz y una duda en tus ojos. Ya no fantaseas con un futuro grandioso y pequeño, donde solo cabíamos tú y yo. Piensas alternativas, reescribes tus deseos para que los míos no se interpongan en tu camino.

Sé que no he estado a la altura de tus expectativas. Si te sirve de consuelo, también yo me he decepcionado. Quizá te haya perdido por no saber encontrarme. No puedo culpar a la mala fortuna, cuando yo mismo he ido llamando al desastre con ecos que al principio parecían inaudibles, y que impregnaron mi ánimo de desesperanza. Atrapado en la inacción, incapaz de dar un paso sin trastabillar, me he hundido en la ruina de mis dudas.   

Saber que te quiero, o incluso que tú me quieres, no lo hace más fácil sino más doloroso. Los latidos de mi corazón menguan en su propio laberinto. La capacidad de sentir se ha convertido en un lastre, en un reactor de angustia que combustiona el día a día, que modifica la hora de los relojes para detenerla en un punto al que ya no regresarán. No puedo volver al minuto en que fui feliz, ni puedo avanzar una sola fecha en el calendario de mis sentimientos. Me he congelado en un charco de lágrimas, aquellas que derramamos en nuestros últimos encuentros, aquellas que revelan que, incluso al abrazarnos, nos hacemos daño. 

Y, pese a ello, veo mi vida rodeada de tu ausencia, y es la isla más triste que alcanzo a imaginar. Una isla tan solitaria que podría hundirse discreta en el océano, como la mano temblorosa de un niño que persigue una estrella en la noche más oscura.  

miércoles, 22 de enero de 2020

Insomnio


La mente golpea como un martillo con sus pensamientos indeseados. Acumula bilis durante el día para volcarla en el momento del descanso. Ideas estériles, mantras repetitivos que giran una y otra vez sobre lo mismo, sobre nada, impidiéndote conciliar el sueño.  

Sueñas con dormir. Lo deseas con toda tu voluntad. Pero el cerebro, ese ente extraño en tu cabeza que parece separado de ti, no lo permite. Sus neuronas se niegan a desconectarse. Insisten en alterar el flujo de tus latidos, en desequilibrar el ritmo de tu respiración. Tratas de concentrarte en ella, pero lo impide una fuerza superior a ti. Saltas de una cosa a otra en un terremoto silencioso que se alarga durante horas. De nada sirve probar todas las posturas, darle la vuelta a la almohada o a ti mismo, levantarte al baño o a la cocina, tratar de despejarte. Los bostezos solo incrementan tu ludibrio. 


¿Por qué no puedes dormir? Para muchos es tan sencillo como cerrar los ojos y dejar que las sábanas acaricien su cuerpo. Para ti se ha convertido en el calvario de cada noche. No hay remedio que alivie tu problema. Retrasas la hora de acostarte con la ilusión de sofocar el drama: solo es un engaño. Esperar a la madrugada reafirma tu miedo. El fantasma del insomnio acecha durante el día y aparece puntual en el instante preciso.

Pierdes la noción del tiempo hasta que los rayos del sol revelan la llegada del amanecer. Otra noche en blanco; en realidad muy negra, cementerio de pensamientos fútiles. Te aguarda otra jornada donde tu atención se verá disminuida, el trabajo resultará abrumador y el placer inalcanzable. Pero lo peor será el retorno de la noche, la nueva y desigual batalla con tu mente.     

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Adicciones


Crees controlarlo. Solo tomas una pastilla, nunca más de tres copas. Solo apuestas el fin de semana. Con el tiempo, las normas se flexibilizan. Cada día un poco más. Por una vez no pasa nada. Hoy tienes algo que celebrar, mañana algo que lamentar. El consumo aumenta, pero sigues engañándote sobre tu capacidad de gestión.

Si quisiera podría dejarlo, aseguras ante los otros o en tu fuero interno. Pero en realidad no lo intentas. No tienes el menor deseo de reducir o anular tu adicción. Se ha convertido en tu compañera más fiable y en tu mejor confidente, a la que puedes recurrir cuando lo demás falla: la víbora que te abraza sin juzgar, aportándote la relajación o la adrenalina que compensa los sinsabores de la vida diaria.

No lo necesito. Solo es una forma de divertirse como otra cualquiera, te dices a ti mismo. Pero si no lo tienes te pones nervioso. El mundo se torna gris y cualquier cosa se convierte en una molestia insufrible. Llega un momento en que te ocultas de la gente, porque no comprenden la intimidad que mantienes con tu adicción (aunque, por supuesto, no la denominas así, esa palabra suena muy mal y no hace justicia a la naturaleza de vuestra relación).

Te hundes en la adicción, nadas en ella huyendo de ti y de los demás. Lejos, muy lejos, quieres distanciarte de quienes no te entienden, de los que se niegan a aceptar tus excusas (aunque tú las llamas razones o motivos, los tienes de sobra para comportarte de esa manera). Dejad de meteros con mi vida privada. ¿Qué os importa a vosotros?, gritas inflado de rabia.

Ya estás a solas con ella. Por fin ha conseguido tenerte en exclusiva, apropiarse de ti. Tu salud, tus finanzas, tu estado de ánimo se resienten. Por mucho que aumentes la dosis, no logras el estallido de adrenalina o la dulce evasión que mecía tu mente con la suavidad de una brisa marina. Los mundos ilusorios que se abrían ante ti, los goces sinfín se han convertido en un pasillo oscuro, interminable, cuyas salidas han quedado cercenadas por tu propio orgullo.

Tu cuerpo y tu cerebro claman por otra dosis. Estarían dispuestos a cualquier sacrificio, a cualquier humillación por recuperar una dosis que les devolviera la sensación primigenia. Pero no hay forma de conseguirlo. Ni siquiera combinando varias adicciones alcanzas el mismo resultado. Nada basta, y los periodos en los que no puedes permitirte tu dosis se tornan pozos negros de los que emerges con dificultad creciente. Tu memoria se vuelve confusa, tu propio rostro se ha convertido en un fantasma y tus músculos pesan tanto que a duras penas logras moverte.

En tus escasos momentos de lucidez, comprendes que una nueva dosis quizá resultaría mortal. Pero también seguir sin ella se parece a la muerte. Y te preguntas si no será la muerte lo único que te permita recuperar por un instante el placer perdido, antes de desvanecerte en el que, a estas alturas, se antoja el único desenlace posible.

A lo mejor todavía haya algo en la vida por lo que merezca la pena luchar. Pero el pasillo donde te asfixias es tan angosto, y la opresión que sientes en el pecho tan fuerte, que no alcanzas a imaginar de qué se trata. Tal vez una mano amiga podría sacarte de este infierno, mostrarte un camino lleno de pinchos y esperanza, una crucifixión con final feliz. Pero has mordido cada mano que quiso ayudarte, has arrojado al vacío todas las llaves y las puertas de salida se han desvanecido para siempre.

Tu vida es este pasillo. La adicción te domina por completo, y no te dejará escapar hasta que le hayas entregado la última gota de tu ser.      

martes, 5 de noviembre de 2019

Mala memoria


Hoy me di cuenta de algo trágico: no me acuerdo de casi nada. No recuerdo mis viajes, no recuerdo el rostro de viejos amigos, no sé qué comí ayer. Una memoria pobre es el caballo de Troya de la imaginación. En ausencia de recuerdos firmes, solo nos quedan los embustes. A falta de creencias, espejismos de paja. Nos entregamos a frágiles materiales, a consejos estúpidos seguidos a pie juntillas.


El surrealismo es pureza. Las luces que parecen alumbrar desmontan el circo de la memoria. El terremoto de la lógica ha sido arrasado por el vendaval de la fantasía. La magia se ha convertido en ropa tendida que apestará al amanecer. La guerra es aquello que sucede entre el orgasmo y la menopausia. Las mujeres duermen cuando los topos aúllan desesperados como lobos en medio del desierto.

El combustible de la realidad ardió en el caldero de la ficción. De sus brasas surgió una llama líquida que incendió tres planetas por capricho: no se alinearon con su estrella.

La luz celeste se refleja en el dedo de un chimpancé cojo, que en vano trata de atraparla para hacerse un sombrero. Los insectos caen sobre mí como la sombra de una trinchera.

La naturaleza de la existencia es el olvido. Se han extinguido millones de especies sin que les hayamos dedicado ni una triste poesía. Y nosotros aún esperamos alcanzar un sentido de trascendencia, la túnica que cubra las miserias de la noche oscura.

domingo, 6 de octubre de 2019

Tedio


Tedio: el cataclismo de nuestros tiempos. La ineludible tentación del alcohol. El desahogo inútil de las palabras. 

Pueblan mi mente los sonidos del bosque. Grillos imaginarios atraviesan la noche. Estornudo setas y me indigesto con comida basura. Los nutrientes no escalan la exigua cima de mi mente. Se quedan atrapados en la trampa mortal de mi estómago. 

La noche huele a decepción, fragancia barata de un cuerpo que (descomponiéndose) se mueve por impulsos mecánicos. 

La vida es simple cuando no le pides nada. Pero no paramos de exigirle cosas, como si nuestra respiración fuera su hipoteca. A la vida solo le importa su propia preservación. Las tragedias de los individuos son un estorbo en sus propósitos. 

La noche se vuelve fría. Cada luz de cada ventana es un astro desvaneciéndose en mi retina. Podría ser diferente. Todo podría serlo. La Tierra podría ser cuadrada si la mente se lo propusiera. Y, sin embargo, cada rutina insignificante parece tan inamovible como la eternidad. Cada persona es una estrella en mis manos, y también es el charco escupido por un gigante que sueña con enanos.  

Todo lo que escribo es inútil. No puede cambiar nada, ni siquiera a mí mismo. Ojalá pudiera esconderme en la sima de mis novelas. Sustituiría el mundo por palabras: los huracanes por tildes, los terremotos por diéresis y los maremotos por paréntesis. 

Es una tentación poderosa regodearse en el fracaso. Sus tentáculos me abrazan con misericordia. Han fracasado tantos antes que yo que sin duda me hallo en compañía de excelentes personas, llenas de talento, vicios y anécdotas a relatar en el purgatorio interminable de los artistas mediocres. Por desgracia, el aguijón de la escritura golpea sin distinción a los genios y a los torpes, a los holgazanes y a los trabajadores. 

Te obsesionas con tu pequeño mundo de palabras, que crees gobernar y que en realidad te somete con la fuerza de tus más bajos impulsos. Así un cuaderno fundado por el amor se convierte en la entelequia de un loco. 

Empiezo a escribir palabras solo porque suenan bien, sin preocuparme de su significado. Quizá por un casual haya encontrado el sentido de la poesía.     


martes, 24 de julio de 2018

Ruido


Es imposible pensar con tanto ruido. La ciudad nos ha acostumbrado al constante rumor de fondo: otra forma de respirar, que ahoga. La infinidad de matices que perdemos por causa de este rumor no podrá recuperarse nunca. Contaminación mental. Cultura del barullo. Rendición del pensamiento.

A veces no queda más remedio que ondear la siniestra bandera blanca y dejar que, como autómatas, nos guíe la rutina. Cuesta tanto desprenderse de ella como de la propia piel, o del ego. La necesitamos como única brújula del mundo contemporáneo. Nos agarramos a la rutina para no caer al vacío como una prenda mal tendida en un soplo de viento. 

Mientras otros buscan la casa de sus sueños, yo sueño con la palabra de mi vida. 

Cuando desertar del móvil es la única victoria posible, hemos perdido todas las batallas.

Entender tu mirada es tan difícil como describir el cuerpo de una mujer embarazada.

Y cuando parece que las palabras empiezan a escribirse solas, y han encontrado al fin el ritmo del silencio, se apaga la última estrella y la noche pone punto final al texto.

martes, 29 de mayo de 2018

Consumir


Consumir es consumirse, consumar el desastre. Un planeta que celebra su propia destrucción, devorándose a sí mismo en bocados lentos. Delectación masoquista. Dinero para hoy, hambre para mañana. Oasis que se convierte en espejismo a corto plazo. Picar el anzuelo del hombre contra el hombre. Un futuro que se marchita rápido, las últimas primaveras desembocando en el invierno definitivo. Darse cuenta solo para repetir los errores. Autocrítica fina como arena del desierto al que nos dirigimos. Golpes al aire contra el huracán que se aproxima. 


Una batalla desigual, como la del conocimiento frente a la ignorancia. Una lucha que se sostiene a sabiendas de la inevitable derrota, solo para posponerla al siguiente capítulo, con la esperanza de no vivir lo suficiente para morir en el desastre. Un porvenir de luces y colores sumergidas en pozos subterráneos. Una nueva especie recoge los fragmentos de la civilización perdida y los estudia con curiosidad de entomólogo. La estupidez del pasado como débil salvaguarda del eterno retorno.

La muerte éramos nosotros.    

miércoles, 10 de enero de 2018

La inteligencia humana



Quiero vivir en el espacio entre las palabras,
donde algo empieza y algo acaba;
donde el viejo significado se niega a renunciar a su esencia
y el nuevo todavía no tiene nombre,
y es solo el soplo de un eco.

No cejo en el empeño de bailar en el abismo, sin atreverme a dar un paso en falso, con miedo atroz a la caída, y aún más a la parálisis. Quizá deba negarme, por razones humanitarias, a una existencia plácida que se parezca a la felicidad. Prefiero vivir en un espejismo. Nunca me ha gustado el suelo donde piso e intuyo, sin embargo, que es todo lo que existe. Deshago las raíces familiares como un nudo de papel y, en el momento de lanzarlas, quedan atadas a mis manos. Cada rosa de mis antepasados afila sus espinas; temo que la genética de la guadaña se tome conmigo su venganza.

Quizá el temor a la predestinación es solo una excusa para camuflar mi falta de voluntad. No veo los obstáculos, pero sé que están ahí y voy a chocar con cada uno de ellos. 

¡Cuánta energía despilfarrada en busca de la felicidad suprema! ¿No sería más sensato admitir que solo estamos de paso y renunciar a toda absurda pretensión de trascendencia? Filosofía, religión… ¡son las peores pseudo-ciencias!

Abracé el existencialismo por un tiempo; ahora veo que no es más que un complejo autoengaño: solipsismo enmascarado. 

Empecé escribiendo un poema y he terminado lanzando una fútil diatriba contra el mundo, vulgares pétalos de dianas. Todos los disparos son siempre contra uno mismo. El tiempo es el mejor chaleco antibalas.

Deprimirse es un embarazo extraño, abortar una necesidad incurable.

La inteligencia es la verdadera arma de destrucción masiva. Los humanos la hemos recibido como un don maldito, aplicado en sus peores dosis. Inteligencia modesta, que solo aporta una débil comprensión del entorno, y aún más débil de uno mismo. La suficiente, sin embargo, para que se nos vaya de las manos. Somos esclavos de sus desatinadas ocurrencias, incapaces de controlar sus desmanes y su constante flujo de idioteces. Quizá la inteligencia humana solo sea una sabia herramienta de la naturaleza para extinguirnos.


lunes, 31 de julio de 2017

Prosa poético-veraniega


Se suceden las novelas y todavía no he escrito nada. Apenas la primera letra de un bosque en el que me pierdo como un náufrago.

El sentido de lo que escribo es la permanencia del cambio. El desvarío de una palabra que no tenía pareja de baile en el festival del diccionario y se puso a escribir libros para desahogarse.

Hemos olvidado el esfuerzo de lo manual. Cada palabra es una penitencia extraña, cada frase un desfallecimiento súbito.

Alcohol, chocolate y escritura… tres placeres traicioneros que se vuelven en tu contra. Aunque el chocolate es el más noble.


La extrañeza es una sensación continua que me asalta y me despelleja sin contemplaciones. El viento quiere que pase página. El chocolate desea testimoniar su presencia en el papel. Pero a mi me gustaría seguir escribiendo para siempre en esta misma página, que por desgracia se acaba.

Tal vez no sea capaz de escribir sobre las cosas que de verdad me importan. La escritura es un acto de fe que no cree en divinidades. Si escribir me da pereza, ¿estaré perdiendo mi vocación? Hemingway estaba convencido de que, por encima de todas las borracheras, permanecían los recuerdos importantes. Yo no lo tengo tan claro. Mis palabras son ramas secas que se desmoronan ante el rugido del viento.  

¿Qué demonios significa ser escritor? Quizá el día que lo comprenda podré dormir tranquilo, sin mayores pretensiones que sentir los latidos de mi corazón. En todo caso, la vida vale la pena. Los suicidas son autómatas que desfilan en una pasarela macabra para los filósofos.

Busco a la vez la excitación y el ensimismamiento. Me adelanto a la letra siguiente. Empieza mi figura a reflejarse en el fondo de este vaso. Veo misticismos por todas partes. Me los invento y digo que son míos. La pereza y el aburrimiento tal vez sean las verdaderas fuerzas creativas, la necesaria contención en este lío y el imprescindible acicate para los comienzos.

El único viaje importante es el espiritual. Mover el cuerpo carece de sentido. Las debilidades de la espalda son una cordillera que escalo en monopatín. He añadido la música a este cóctel que, de tanta efervescencia, se queda en un intento fútil de evanescencia. Quisiera poder hacer música con el tintineo de un boli.

Lo único seguro es que beberé de la copa que me regalaste hasta apurar la última gota. Beberé aunque ya no quede nada más que el recuerdo del deseo, el olvido cerniéndose sobre nosotros como un manto de estrellas disecadas.

jueves, 13 de octubre de 2016

El punto sin retorno


Estoy llegando a ese punto en que cada palabra tuya se convierte en un regalo. El mínimo gesto es un motivo para seguir ilusionado con el mundo. Un aleteo de tu pelo esconde el firmamento. Una nube tóxica se transforma en fuente de besos. El amor se ha convertido en materia de tu piel, en accesorio de tu cuerpo.

Estoy llegando a ese punto de no retorno en el que regreso a ti para encontrarme a mí mismo.


El tiempo es un puente colgado de tus labios. Y me da miedo que sin ti solo encuentre un pozo de cenizas donde ahora hay un alma que late, un corazón consciente de sí mismo.

Quisiera al menos escoger el ritmo por el que caigo al precipicio. Pero no puedo controlar ni la altura del salto: absurdo tobogán de carne.

Hace pocos días vagaba por el rumbo de las líneas rectas, perdido en las llamas de la monotonía. Ahora mi vida es una montaña existencial. Ave de paso, sé que has llegado a mi nido para dejar una estela luminosa en el horizonte.

El único barco que falta por estallar permanece a flote por puro artificio. Podría desvanecerlo con un soplido. Pero me asusta ser la vela que no anhela el viento, el mármol que se desliza por el océano donde estalla un incendio.

El flujo de la escritura ya no sigue otra ley que el tono de tu voz, que permanece más allá del espacio, taladrando el aire sin atravesar mis tímpanos. Y quizá todas las palabras del mundo apenas sirvan para decir que no te quiero; que envidio mi propio amor por ti.

No tengo más remedio que dejarte latir en mi interior. Esperaré con paciencia la señal de que todo es un sueño, que la vida misma es un sueño que a veces merece la pena vivir y, a veces, soñar.

martes, 19 de julio de 2016

Prosa alcohólica



Intento escribir pero la punta de todos los bolis está gastada. Se me ha secado la saliva por contener el beso. De mi lengua saltan notas discordantes que buscan el amparo de tu nombre. Quisiera ser un rio desbordándose en tu cuerpo, afluente mayor de tus venas.

El mar te mira directamente a los ojos, con la fiereza de una ola que planea venganza. Tus ojos aceptan el duelo; a mí me duele más una lágrima tuya que la posible pérdida del mar entero.

Dibujo tu cara en mi sonrisa. Te mezco en el parpadeo de un barco. Te hablo desde el corazón de una lengua muerta: sonidos indescifrables que no pueden expresar lo que siento.

La inspiración termina cuando empieza el amor. El último guiño que me concedió el lenguaje ha servido para crear un monstruo. La dulce música de tus labios seca mis versos y entierra mis palabras. No puedo escribir sin notar tu presencia, que avasalla mis huesos. Has pulsado la tecla que marca el final del juego.

Me invento una bebida en cada trago, un verso en cada rasguño en la pared. La simetría de mis manos se ha roto en un suspiro de la niebla que nunca me ha dejado traspasar tus ojos. Me pita el corazón con un mensaje incomprensible. No escribo versos sino líneas en tu pelo; beso el dedo que señala el camino oculto hacia tu cuerpo. 

Que nadie me culpe por la estupidez de mis actos. Tengo la excusa perfecta para no justificarme. No soy consciente de lo que hago, pues un ángel me ha visitado para bendecir mis pecados.

La aurora se transforma en un cisne con alas de acero. He perdido el ritmo que riega mi cerebro; he visto metáforas que llenarían la noche de catástrofes.

El cero absoluto es el futuro infinito. 

La antología de la noche invoca sueños que se cumplieron de costado. Cada amanecer se quiebra en un arcoíris múltiple. La luz de la ventana se refleja en el espejo hundido en el lago de mis lágrimas. En un suspiro contengo todas las voces que no quieren decir nada. 


jueves, 16 de octubre de 2014

Principios caóticos


Que no te importe la resaca de mañana: emborráchate. Que no te intimide la mirada de los otros: desnúdate.

No permitas que te impidan actuar las supuestas consecuencias de tus actos, ni que el miedo congele tus anhelos. Ama sin obsesionarte con la dignidad de tu amor, no calcules el riesgo de tus besos ni midas la longitud de tus caricias.

Deja de perseguir tus objetivos y empieza a recrear tus sueños. Deja de confundir la prudencia con la cobardía, deja de leer esto y ponte a escribir tu historia a renglones torcidos.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Los invisibles


Salgo a la calle con la esperanza de que alguien me conozca. Pero no, nadie recuerda mi cara ni mi nombre porque no los han visto nunca. Puedo pasear con desesperación por esta ciudad infinita durante semanas enteras. Puedo gritar y desnudarme: no importa porque los oídos y los ojos de todos se cierran al tiempo que paso. Soy invisible, aquello que tanto había deseado el hombre. Yo también lo había deseado. Ser invisible solo para repetir lo mismo que los demás, pero sin que me vieran. Que nadie se diera cuenta de que estaba… la idea era suficiente para que me retorciera de placer. Y sin embargo ahora daría cualquier cosa porque los ojos de un solo ser humano dejasen de resbalar sobre mi piel. Amargas ambiciones que se vuelven contra quienes las engendran. ¡No soy invisible, maldita sea! ¿Es que nadie me oye? ¿Es que nadie siente las patadas que le doy?

Si no fuera invisible, podría hablar con alguien. Podría ir con alguien a algún sitio. Podríamos mirarnos sin prisa, sin asco; olvidarnos de que cada segundo ya no se recupera. Pero no sé. Tampoco quiero desear otra vez equivocadamente. Si de pronto fuese célebre, si todos quisieran mirarme y fotografiarse conmigo, es probable que la invisibilidad se convirtiera de nuevo en un estado místico, de una levedad sublime. No querría ni salir de casa, cerraría las persianas por temor a que violaran mi intimidad, la cual me resulta muy valiosa precisamente por su carencia de interés.

El invisible vive tranquilo, carece de obligaciones, mira la luna más veces que el teléfono. Tenemos numerosas ventajas, que por supuesto no sabemos apreciar. Somos tan infelices como el resto, pero es probable que no más. No aspiramos a la felicidad y eso es una gran suerte. Nos deslizamos en silencio por las calles, con los ojos tristes y curiosos, sin saber lo que buscamos. Somos artistas en perder el tiempo. Nos quedamos embobados mirando una fuente, la hoja de un árbol, el corazón pintado con tiza en una pared sucia.

Al ser invisibles, podemos hacer más o menos lo que nos apetezca sin dar explicaciones. Como no hablamos apenas decimos mentiras. Bueno, miento. Nos engañamos a nosotros mismos, igual que todo el mundo. Esas falsedades son las más elaboradas, aquellas que podrían alumbrar una saga de novelas. Pero no nos atrevemos a ponerlas en palabras; sería demasiado doloroso y no lo resistiríamos. Los invisibles somos seres frágiles. Por fortuna nadie nos da puñetazos porque no nos ven. Sería terrible si de pronto nos vieran, así sin avisar. No podríamos defendernos de las agresiones físicas ni de las verbales, por falta de práctica. No nos saldría más que humo de la boca y nuestros brazos se quebrarían al primer golpe. Menos mal que no nos ven. Les damos pena y así nos dejan en paz.

Nuestra invisibilidad es una táctica de supervivencia. Es probable que, si se da un ataque nuclear en cadena, los únicos que lo superen sean (seamos) los invisibles, junto con las cucarachas. De la Humanidad solo quedaría un puñado de hombres y mujeres que no saben qué dirección tomar, qué pretenden hacer con su vida ni dónde está la tienda para reemplazar la bombilla que se les ha roto.

¿Saben qué les digo? Estoy muy contento de que no me vea ni Dios.       

viernes, 26 de julio de 2013

La escalera se acaba


La vida es como esas escaleras mecánicas que se abren en la noche precipitándote hacia la oscuridad más profunda. Al principio ves lejos el final; te parece que nunca va a llegar el momento en que debas poner un pie en el aire. Pero la escalera te empuja cada vez más, a un ritmo fijo. Puedes dar un paso hacia arriba y acelerar el fin, pero la tentación más probable es la del retorno. Quieres volver, das un paso hacia atrás pensando que así nunca llegarás al fin de la escalera, que sube para lanzarte al abismo. Ah, pero si pretendes regresar habrá alguien empujándote, alguien que te recuerde que no eres inmortal y que has de seguir la dirección única del tiempo.

Quizá seamos libres pero solo en momentos y lugares determinados. La mayor parte de las horas las pasamos atados por cuerdas invisibles, cargas que pesan y que nos imponemos nosotros o nos imponen otros, tanto da. Si tienes suerte podrás dar un paso o dos hacia abajo y por un instante te creerás a salvo: Yo no tendré que seguir el mismo curso que todo el mundo, soy especial, único, puedo darle la vuelta a la escalera si es necesario, desprenderme de todas las ataduras, incluso desnudarme en medio de la ciudad y subirme encima de un árbol simplemente porque me da la gana hacerlo. Pero esa ilusión durará poco, enseguida no tendrás fuerzas para seguir retrocediendo (en realidad nunca lo hiciste, tan solo te esforzabas por mantenerte unos segundos en el mismo sitio).

Si te das la vuelta verás rostros desconocidos que te arrollan, que te gritan sin mover los labios, que te miran sin misericordia porque están sujetos a iguales fuerzas y sufren iguales temores. Apenas te resignas en los últimos escalones: Voy a morir, de repente veo claro que no veo nada y que no hay ningún lugar donde refugiarse, es el final y estoy solo, aquí se acaba mi breve viaje por el mundo. No he entendido nada, no sé quién soy ni por qué he venido. Me he divertido a ratos, he sufrido en otros, pero ni mis diversiones ni mis sufrimientos importan a nadie ahora, cuando la escalera se está acabando y ya tengo un pie en el aire, y enseguida tendré los dos y mi cuerpo se convertirá también en aire. Con el tiempo no quedará nada de mí; ni una imagen en la mente de nadie, ni una sonrisa en el recuerdo de nadie, ni una caricia en la piel de nadie.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Fénix de luna



 

Las fauces de las nubes engullen a la luna. La rodean poco a poco, tendiéndole un manto de pálida frescura; la seducen con su baile siniestro; cada uno de sus pasos, un muñón desgarrado. La luna grita en silencio que la abracen. Pero ya los dientes blancos muerden su carne de fantasma. Nadie oye su alarido cuando es borrada del cielo como una mancha triste.

Las nubes siguen su tenebroso camino; la luz que han robado no cabe en su seno. Pero en mi memoria sigue viviendo aquella luna que pedía clemencia a los pies del firmamento, sin que nadie la oyera. Y en mi corazón persiste una sombra de aquella luz que fue arrancada. La recordaré cuando las estrellas se cansen de brillar y cuando el sol proteste porque la noche no le llama. Entonces el cadáver de la luna emergerá de mi interior y encontrará su sitio por encima de los muertos y los vivos.  

martes, 11 de septiembre de 2012

Irlanda, una tierra literaria

Siento haber dejado el blog desatendido durante algunas semanas, pero vuelvo de Irlanda (aquí podéis ver Fotos de mi viaje) entendiendo mejor por qué ha habido tantos escritores en esta isla verde y hermosa. En ciertos lugares se respira un ambiente como de embrujo y las nubes parecen esconder un misterio, como el de un hombre que desaparece bajo los árboles torcidos por la gigantesca mano del tiempo.

El mar de Irlanda también posee vida propia, con sus particulares hijos. Como los imponentes acantilados de Moher, que son un ejemplo de desordenada y magistral construcción de la naturaleza. En un día desconocido y lejano, el canto de la naturaleza se convirtió en un grito incomprensible para el hombre. Sus sonidos furiosos llenan ahora el alma de melancolía.

El arcoíris en Dublín es un puente de luz colgado en el cielo que une la lluvia con el sol tímido y callado: a sus pies, una ciudad de orgulloso pasado. La historia de Irlanda es un poco como la historia del mundo, salpicada de sangre, nacionalismos y disputas religiosas, pero también repleta de héroes honorables y justos. No hay nada tan estimulante como la ignorancia, de la que uno es plenamente consciente cuando observa en la biblioteca del Trinity College las interminables filas de libros que te miran desde las alturas, ocultando sus secretos inalcanzables.

Pero quizá el lugar que más me ha impresionado ha sido el cementerio de Glasnevin, donde parece que el tiempo se ralentiza a la vez que la vida se acelera a extinguirse como un girasol mustio. Los sonidos se amortiguan y las palabras del viento adquieren inefables significados. Allí estuve sentado en una tumba, descansando de la vida y saboreando el fruto de la muerte, convertida en una serena obra de arte. Al fin y al cabo, ¿qué es la vida si no una curva que se tuerce en el curso de la muerte? Mas pese a ello, sigue creciendo entre los escombros.

¿Cómo serán las fiestas subterráneas de los difuntos? Me gustaría pensar que lo sabré algún día, que cuando muera no habré muerto y sueñe que he vivido.